Texto y fotografías: Aireem Reyes
El hombre no puede escapar de su propio logro, no le queda más remedio
que adoptar las condiciones de su propia vida; ya no vive solamente
en un puro universo físico sino en un universo simbólico.
El lenguaje, el mito, el arte y la religión constituyen partes de este universo,
forman los diversos hilos que tejen la red simbólica,
la urdimbre complicada de la experiencia humana.
Ernst Cassirer
Cuenta el relato bíblico que Lot salió de Sodoma y Gomorra prácticamente arrastrado por los dos ángeles que eran sus huéspedes. Estos seres le indicaron huir y nunca regresar porque Dios eliminaría de la faz de la tierra —por su perversión y maldad— a toda la raza de esas ciudades; de igual forma, le dijeron a Lot que no mirara hacia atrás, sin embargo, su esposa sí lo hizo y al instante quedó transformada en un bloque de sal (Génesis 19, versículo 26). La estatua de sal constituye un símbolo de la desobediencia, pero también de nostalgia: al parecer, el error de la esposa de Lot no solo fue mirar hacia atrás, sino también desear, en su corazón, volver atrás. Incluso antes de pasar los límites de la ciudad, ella ya extrañaba lo que su patria le había ofrecido.
Amparo, 2015. Sombrillas, impresión, leds. Dimensiones variables.
De recuerdos y añoranzas está construida la exposición Como estatuas de sal, in memoriam Ernesto Rancaño, recientemente inaugurada en el Museo Nacional de Bellas Artes (sede de Arte Cubano) y comisariada por Delia María López Campistrous, subdirectora técnica de la institución. La muestra reúne un conjunto de obras de Rancaño —lamentablemente fallecido hace un año, en plena juventud física y madurez artística— a modo de recorrido histórico por toda su travesía estética, desde los años noventa hasta su último suspiro. De forma intencional, mi acercamiento a la muestra ha prescindido de referencias bibliográficas, mi propósito tampoco ha sido leer la dramaturgia museográfica o las lógicas curatoriales; más bien, la visita a la exhibición me ha invitado a redescubrir a un artista por su obra y a escudriñar en los horizontes de sentidos que ofrecen estas propuestas.
Caridad (s.f). Mixta sobre encaje 50,5 x 40,5 cm.
Toda la obra de Rancaño deleita por su singular apariencia, promueve placer, seduce a la retina… y lo que resulta más interesante es que no se trata solamente de preciosismo estético, de técnicas depuradas, de experimentación con soportes diversos. Hay un factor común para toda la producción de este artista: un simbolismo poderoso, explícito, frontal, a veces desgarrador, en otras ocasiones seductor, pero siempre iluminado. El universo de símbolos en las piezas de la muestra Como estatuas de sal se manifiesta claramente y de él se deduce que la vida del hombre estaría confinada dentro de los límites de sus necesidades biológicas y de sus intereses prácticos si no tuviera acceso a ese mundo ideal (simbólico) que se le abre, desde lados diferentes: con la política, la religión, la filosofía, la ciencia y el arte.
...novia de la sal... De la serie Abrazos prohibidos (s.f). Técnica mixta sobre cartulina 100 x 160 cm.
La patria y sus próceres fueron motivo de inspiración a lo largo de la trayectoria creativa de Ernesto Rancaño. Especial significado hubo de tener Martí para él: la imagen del héroe constituye un leitmotiv en sus creaciones, casi siempre acompañado de la bandera de la estrella solitaria. Personificada como una mujer y aludiendo al sentido de patria, la bandera también aparece en reiteradas ocasiones: a modo de grafiti sobre el muro del Malecón, como lazo de corbata, como sombra proyectada sobre un muro o encapsulada en una caja de luz. El sentido moral y patriótico adquieren en la obra de Rancaño otros niveles de lectura: la obra de arte no es un mero portador de contenidos y no solo remite a algo, sino que en ella está propiamente aquello a lo que remite. Lo simbólico no solo nos lleva al significado, sino que lo hace estar presente, representándolo.
Resurrección (s.f). Técnica mixta sobre cartulina 140 x 140 cm.
En la pieza de la serie Sombras del ayer, la bandera ondea y revela una corporeidad ilusoria: la parte material del conjunto es el asta y su base de concreto mientras la tela es solo una proyección, una sombra que no revela la naturaleza cromática o visual de la insignia. La obra apela a nuestros sentidos y nos convida a completar esa imagen que no se distingue, ese color que no está… La alusión a la patria tiene una carga de nostalgia, un sentido de fragmento y una lógica de lo incompleto. La patria no solo “significa” sino que se “presenta” representándose y, así, se concibe más real, más nuestra.
De la serie Sombras del ayer (s.f). Videoproyección, asta de metal y concreto, soga 11.55 min.
El cosmos femenino también se revela en varias obras de la exposición. Creo que el artista no veía a la mujer solo como un modelo a representar. Podemos hablar de una dicotomía entre aquellas creaciones en que las féminas tienen el mayor protagonismo y aquellas donde son el objeto de representación: por un lado, se percibe la belleza manifiesta —rozando lo erótico— mientras que, de modo latente, subyace una denuncia a la cosificación del cuerpo femenino, a los estereotipos de género, a la tristeza y a la soledad. Aunque resulte contradictorio, es evidente que lo reverenciado en la mujer como símbolo es producto de una convención, de un acuerdo común y previo de significados atribuidos por el hombre. Los cuerpos desnudos de los que brotan espinas o dientes, el trofeo de caza acompañado de una postura servil y degradante, la metamorfosis y el “desenredo” o la proyección de la mujer hermosa que usa tacones rojos (¿lejanos?)… todas estas imágenes son asociadas a la tradición y tienen —además— el potencial de despertar en el ser humano una serie de reacciones mediadas por la fuerza y aceptación del símbolo.
Días de plomo, 2009. Caja de luz, bronce y tela 17 x 60 x 49,5 cm.
Claramente, la exhibición Como estatuas de sal tiene una marcada preferencia a la bidimensionalidad, sin embargo, las propuestas objetuales constituyen necesarias pausas, momentos para detenerse y entender algo más. Las porciones de realidad que el arte extrae —zapatos, hélice, cachumbambé, trompas de elefantes, pala, sombrilla, etcétera— no se ofrecen a un espectador pasivo: estas obras exigen un trabajo individual de construcción, su disfrute se plantea como una interpretación y una ejecución; en ese disfrute, la obra revive en una perspectiva original. La pieza de arte se convierte, de esta forma, en un mensaje fundamentalmente ambiguo, en una pluralidad de significados que conviven en un solo significante: una vez más, los símbolos. Decía Marcel Duchamp: “El espectador hace el cuadro”, en este caso, también hace al objeto, a la escultura, a la instalación y Rancaño, además, volvió a “hacer” la rueda de bicicleta (Después de Duchamp, 2015); una pieza graciosa que configura simultáneamente un claro homenaje al padre del ready-made junto a una reflexión en torno a la imposibilidad de avance, de desarrollo, de movimiento. Los zapatos (Días de plomo, 2009), por su parte, evocan la deconstrucción de la expresión esbozada por Fredric Jameson en su obra El posmodernismo como lógica cultural del capitalismo tardío. Es inevitable enfrentar esta imagen de calzado —materializada en bronce— y no recordar Los zapatos de labriego de Van Gogh o los Diamond Dust Shoes de Andy Warhol, pero —paradójicamente—, los zapatos de Rancaño nada tienen que ver con la pérdida de la profundidad de la obra artística: los días de plomo nos sugieren todo un mundo, una época y una forma de habitar ese mundo.
Después de Duchamp, 2015. Madera y metal 105 x 75 x 40 cm.
Comencé este texto aludiendo a un pasaje bíblico, lo cual no es gratuito: no solo lo hice apoyándome en una pretendida —¿acertada?— exégesis del título de la exposición, también me atrajo la idea de conectarme con toda la iconografía religiosa de la que se valió Ernesto Rancaño para su producción simbólica. Las representaciones de la Virgen María, de la Caridad del Cobre y de Jesús muestran que la obra de arte es símbolo por su naturaleza autorreferencial, y no tiene que remitir a nada ajeno a sí misma o a su creador, sin importar si su lenguaje involucra una interpretación cercana o lejana a la realidad. La religiosidad tiene un valor simbólico particular, está presente porque, para el artista, implicaba una vuelta a su origen, una representación de sí mismo: fe, esperanza, resignación. El cuidadoso dibujo, la inserción de elementos “extraartísticos” al espacio pictórico, los soportes extraordinarios (como el encaje) y el empleo del dorado, que en la iconografía bizantina representa la luz de Dios, fueron recursos del creador para legarnos imágenes religiosas alejadas de lo icónico, por su tratamiento personal, sensitivo y libre. He aquí una de las maneras en las que el arte de Rancaño adquiere universalidad y trascendencia.
El hijo del carpintero (s.f). Impresión, carboncillo y lápices pegados sobre lienzo 213,5 x 150 cm.
La estatua de sal representa el anquilosamiento, la inactividad y la parálisis: la esposa de Lot quedó petrificada porque no podía avanzar hacia el futuro, sentía que pertenecía al pasado; pero el hombre es un ser en continuo proceso de cambio y devenir, a pesar de los pesares y de sí mismo. Ernesto Rancaño fue arrancado de este mundo cuando solo contaba con 53 años de edad, la vida le jugó una mala pasada y se lo llevó en el momento justo de su plenitud creativa. Su producción simbólica quedó detenida en el tiempo, como una estatua de sal, sin posibilidad de seguir adelante, de crecer, de evolucionar. Sin embargo, su obra está viva: el arte de Rancaño permanece vigente en nuestro presente, lo estará en el futuro y promete trascender mucho más allá del tiempo en que ya seamos olvido. No puede haber cabida para el duelo cuando lo que se respira es vida, las piezas exhibidas en esta exposición son símbolos por cuanto son referencia y testigo de la expresión creadora de su artífice. Quiero creer que, como las almas divididas en el mito de Platón, el artista busca y encuentra su símbolo indefinidamente: eternamente rondará un colibrí alrededor del cristal pétreo de la estatua de sal.
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