Texto y fotografías de las obras: Alain Cabrera Fernández
Fiel deudor del pensamiento, la impronta y la iconografía martiana se presenta Kamyl Bullaudy, un artista raigal que un buen día, más bien mala noche de desvelo a mediados de la década de los noventa, confiesa haber encontrado a Martí como los religiosos a su Dios; y desde entonces no deja de pintarlo. Los acercamientos a su figura en el dibujo, la pintura, la cerámica y otras manifestaciones son continuos, siempre después de estudiar versos, frases, discursos a cabalidad en contenido y contexto para interpretarlos mediante líneas, formas y colores. Así lo conocí en su residencia-taller de la Loma del Ángel cuando me dispuse a escoger dos de sus obras para invitarlo a integrar la nómina de la exposición virtual El Martí de todos, exhibida a través del portal web Cubarte.
Todo en casa de Kamyl remite al Maestro. El propio ambiente del lugar es como un viaje en el tiempo al pasado. Allí surgen piezas —tal vez por cientos o miles— entre bustos pequeños, bocetos, cuadros en las paredes, libros, cajas de varios tamaños, dibujos acomodados en soportes de tijera. Descubro una serie de collage hechos con retazos de telas y acrílico sobre cartulina, con mucha fuerza visual. El estilo neoexpresionista es evidente por la agresividad de los trazos o persistencia en el tema, aunque a veces algo conecta con elementos abstractos debido al colorido de los estampados y otros detalles, sin abandonar lo figurativo.
Kamyl se apropia de la imagen del más universal de los cubanos —resignificada en múltiples cabezas, rostros, cuerpos identitarios—, a veces como eje sustancial de sus composiciones y otras protagonista de diversas escenas en ciudades, campos e interiores. La base creadora que lo inspira es la misma: comienza con una lectura reflexiva de la cual extrae las esencias y las lleva al espacio bidimensional o tridimensional con amplia soltura.
El artista revela sus virtudes para descubrir a Martí en todas partes. Un día mientras caminaba por el Prado, cuenta que vio cómo se formaba su fisonomía entre ramas de árboles y el cielo al fondo. Lástima que no tenía una cámara fotográfica para captar el momento. Entonces es lógico que la magia del espíritu martiano quede incluida en sus obras, como la más pura de las necesidades humanas dispuesta a exteriorizarse.
Finalmente decidí documentar los collage —dos seleccionados para la exposición citada al inicio— y el resto para ilustrar esta crónica. Un valor añadido en la técnica son las texturas que al fusionarse con pinceladas y manchas logran efectos sorprendentes. No está de más pensar que en el futuro se incorporen nuevos materiales a modo de objet trouvé intencionados (o no), capaces de aportar una mayor riqueza visual y conceptual. Pero la luz del Apóstol, aquella que una vez sirvió de guía, seguirá siendo la musa perenne para nuestro artista.
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