Por: Yenny Hernández Valdés
Imágenes: cortesía de los artistas.
La palabra ʻviajeʼ nos llega del catalán y esta, a su vez, deriva del latín ʻviaticumʼ, que significa ʻvíaʼ, ʻcaminoʼ… El viaje, en cualquiera de sus etapas y manifestaciones geográficas y psicológicas —ya sean salidas, llegadas, itinerarios—, es correlativo al viaje de la vida y a los estados del ser. El viaje se torna entonces la metáfora activa y creadora de la vida; ese que implica nuevos destinos, esperanzas, despedidas, cambios, recuerdos, asimilaciones… Los diferentes momentos y objetivos que comporta el viaje condensan un elemento esencial de la condición y la experiencia migratoria: una trama metafórica de orden no solo geográfico sino también existencial.
Precisamente, encuentro en el valor simbólico y personal del viaje, sus consecuencias y sus ilusiones, el hilo que teje finamente las propuestas estéticas de cuatro artistas —estudiantes actuales del Instituto Superior de Arte— reunidos en una de las cúpulas de la Facultad de Artes Visuales e integrantes del megaproyecto expositivo Better now, abierto al público desde el mes de febrero. Carlos Zorrilla, Daylene Rodríguez, Ioán Carratalá y Amalia Abreu articulan una muestra diversa en soluciones creativas y manifestaciones que se extienden desde la pintura más tradicional, pasando por la fotografía, el montaje instalativo, el dibujo y la animación. Cada uno, desde sus particulares ejercicios de creación e introspección, nos hacen reflexionar sobre distintos modos de asumir, emprender y asimilar el viaje cual metáfora inherente de la existencia humana.
Carlos Zorrilla: del paisaje residual al paisaje personal
Carlos Zorrilla. Delirio, 2022. Óleo y láminas de oro falso sobre tela.
El valor simbólico y personal al cual hacía referencia en líneas anteriores y que se le atribuye al viaje se advierte en gran parte de las representaciones artísticas contemporáneas, entendido como una alegoría por lo que de tránsito crucial conlleva la experiencia real.
Carlos Zorrilla (La Habana, 1988) nos enfrenta a una producción pictórica en la que recrea una suerte de paisajes residuales, concebidos a partir de la experiencia de viaje de su hermano y de los intercambios entre ambos durante la travesía espinosa que acarrea toda movilidad migratoria de esencia clandestina. Pero Zorrilla no se deleita en la representación fiel del viaje migratorio ni en sus consecuencias humanas durante y después de la partida. Su mirada se enfoca en la representación y tránsito que va del paisaje migratorio al paisaje residual y de este al paisaje personal, con una evidente carga dramática, nostálgica y romántica, exquisitamente lograda a partir de la paleta cromática que emplea (Delirio, 2022).
El viaje migratorio no es solo espacial, es también tránsito existencial, transmutaciones provocadas por las nuevas confrontaciones con un espacio-tiempo-sujeto otro. Carlos Zorrilla nos hace partícipes entonces de un paisaje-huella que permanece en el imaginario del emigrante aun cuando la travesía ya terminó; vestigios de imágenes que permean la obligatoria asimilación de un nuevo paisaje-espacio, y lo hace tomando como recursos plásticos al color para acentuar emociones, al dibujo para moverse en una delgada línea entre lo caótico y lo realista del paisaje. Recrea también su ejercicio plástico en zonas de luces y oscuridades, en horizontes que por momentos parecen alejarse o acercarse. Hay una voluntad caprichosa en Zorrilla por hacernos sentir, a través de sus lienzos y como mismo lo sintió él a través de las conversaciones virtuales con su hermano, la extrañeza de un entorno desconocido, despersonalizado, grotesco, sentimental: un tránsito angustioso, tanto por las condiciones del viaje como por las razones que han llevado a emprender el mismo.
(…) me interesa la contemplación accidentada y trágica del trayecto, lo impresionante y agresivo que es el recorrido, el shock de la situación vista desde lo vivido por el migrante.[1]
Vista general.
Daylene Rodríguez: acerca de la homología del viaje infinito
El viaje, en tanto experiencia de desplazamiento físico y psíquico, supone una experiencia compleja en la que el sujeto experimenta un intenso trance con el espacio, ya sea el que deja atrás, el que transita, el que anhela o al que llega. La identidad migratoria se ve condicionada por actos de resistencia y por el espíritu de resiliencia; se torna difusa, desconcertada, perdida en la misma medida en que el viaje es ambivalente durante el recorrido y, sobre todo, hacia su final.
Daylene Rodríguez (Matanzas, 1978), a través del lenguaje de la fotografía y la experimentación de esta en clave instalativa, nos ofrece una (su) reflexión sobre los destinos del individuo en franco diálogo con su espacio y su soledad.
Como artista inquieta que es, Daylene indagó en sus orígenes; partió hacia un viaje dual en busca de su identidad ancestral y la reafirmación de su identidad presente. En contacto con las huellas de la casa y el lugar donde había nacido y crecido su tatarabuela en Turieno, España (Regreso a Turieno, 2022) y en intercambio con la finca familiar en Matanzas, donde han habitado cinco generaciones de mujeres de su familia, comenzando por su tatarabuela quien emigró a Cuba (El mundo de Karoline, 2020-2022), Daylene Rodríguez nos sitúa ante una suerte de homología del viaje: un viaje cíclico, no lineal, que nos habla de los puntos de contactos entre dos tiempos, entre diferentes generaciones, entre los recuerdos y las vivencias, donde la propia artista se articula cual columna vertebral que correlaciona y superpone el viaje del ayer con el viaje del hoy (423 años, 2022), siempre matizado por esa exquisitez de congelar el justo intervalo donde se condensa lo emocional y lo humano.
(…) me interesa introducir al espectador en los escenarios donde sucede mi historia, creando las atmósferas que persigo, (…) hace que el trabajo se ubique en un tiempo pretérito, y mi obra habla de eso, de un tiempo pasado pero indeterminado, un viaje infinito, mi viaje interior.
Daylene Rodríguez Moreno. 423 años, 2022. Instalación fotográfica.
Ioán Carratalá: paisajes migratorios
La realidad cotidiana en la que nos movemos nos transversaliza en todos los sentidos, nos impacta e influye en nuestras decisiones, en el rumbo a tomar hacia ese “viaje” diario que es la vida. Acarreamos así imágenes residuales de viajes transitorios y construidos; imágenes empolvadas, nostálgicas, signadas por nuestra experiencia de vida.
Nubes, flechas, aviones, la alusión al viento, al cielo, la lluvia, al sol, una espiral infinita… devienen elementos recurrentes en la operatoria creativa de Ioán Carratalá (La Habana, 1984) como recursos para discursar sobre la condición migratoria del sujeto contemporáneo desde una perspectiva dual que se desarrolla entre el anhelo migratorio como solución y esperanza y el anhelo migratorio como barrera y cárcel (Ocultis, 2022).
Carratalá propone una suerte de dibujo expandido complementado con el lenguaje de la animación, en el que condensa compositivamente metáforas de historias cotidianas desde una visión por momentos lúdica, infantil, melancólica. Y no me refiero a un optimismo inocentón gratuito en sus piezas. La voluntad lúdica e irónica con la que concibe estos dibujos, infantiles en su percepción visual sí, pero críticos en su discurso latente, metaforizan el sentido del viaje desde una mirada colmada de extrañamiento, bifurcaciones… Redondea todo ello el complemento textual, no solo de los títulos sino también el que aparece en la animación —barrera, euforia, visión utópica, obstáculo, dirección— que genera un metatexto con notable dosis de astucia. Y es que Ioán Carratalá estructura una operatoria creativa de cariz rizomático en la que confluyen la mixtura de lenguajes, la experimentación procesual y una voluntad de investigación constante.
Ioán Carratalá. Ocultis, 2022. Serie Identidad condicionada.
Amalia Abreu: paisajes en tránsito
El estado de movilidad, de transformaciones, de objetivos a alcanzar solo confirma, cada vez más, la inevitable condición de tránsito a la que sometemos nuestra existencia. Es precisamente en ese tránsito en el que se avista una voluntad de búsqueda y asimilación de identidades, horizontes, reminiscencias…
A Amalia Abreu le interesa reflexionar sobre estos ires y venires del sujeto y cómo esas imágenes residuales de nuestro subconsciente con cada viaje, en cada tránsito, conforman la movilidad siguiente; imágenes fugaces que redundan una y otra vez y que le permiten configurar escenas de un viaje real-imaginario (Registros de un viaje).
Amalia Abreu. Serie Registros de un viaje. Acuarela sobre lienzo.
Sus obras parecieran las páginas diseminadas de una (su) bitácora de viaje, a todo color y expresividad, en las que ha dejado plasmada la memoria de los paisajes transitorios por los que ha atravesado en un intento constante por perpetuar el recuerdo de lo visto y lo vivido. Es así que sus tintas sobre papel (Del cóncavo azul ayer profundo) cuales anotaciones plásticas fugaces, vistas en su conjunto, poseen ese principio laberíntico, cíclico quizás, de sus recuerdos y sus viajes como una suerte de figuraciones en red que nos hablan de caminos recurrentes, de personajes diversos mas no extraños, de búsquedas utópicas…
Después del tránsito al que nos somete Amalia Abreu, el encuentro entre sujetos, entre paisajes, entre emociones, recuerdos parece efectuarse en ese puente que, metafóricamente, tiende el viaje —ya sea físico o psíquico. Ciertamente, ese keep in touch supone un tránsito afectivo hacia el otro espacio, sujeto, identidad, horizonte de existencia…
Ajena a mi realidad decidí emprender un viaje en busca de mi origen, del vacío (…) Una corriente de aire actúa sobre mi destino sirviendo como vínculo con lo desconocido, dejándome solo el poder de contemplar.
Amalia Abreu. Serie Del cóncavo azul ayer profundo. Tinta sobre papel.
Better now, sin lugar a dudas, ha resultado una interesante iniciativa de la Facultad de Artes Visuales del ISA en tanto pone a disposición de todos las operatorias y discursos por los que se mueven los estudiantes. Es una suerte de up to date de los caminos transitados, con sus vericuetos y complejidades, por los artistas de la escuela, que pudiera devenir —y debiera— en voluntad sistemática y ejercicio de concientización desde el espacio de las cúpulas, ese que aún hoy desprende un aura romántica y de efervescencia creativa.
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