Un lugar para llamarlo mío


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"Un lugar para llamarlo mío", exposición personal de Antonio Gómez Margolles. Una selección de obras de 25 años de trabajo (1997-2022).

Por: Tania Parson y Elizabeth Llanes

Fotografías: cortesía del artista y del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales.

 

“Un lugar para llamarlo mío” es una exhibición del repertorio visual de Antonio Gómez Margolles desde finales de los años noventa hasta la actualidad. Es una presentación de las constantes que han marcado su creación, esas que invitan a una búsqueda interior y a repensar las relaciones con el ambiente circundante, porque el artista sabe muy bien que habitamos un mundo donde todo ha recibido un “ángulo humano”, impregnado de nuestras perspectivas, deseos y ambiciones.

En una continua indagación sobre las interrogantes pendientes para los seres de nuestra especie, ha creado una obra personal, sin encasillarse en soporte, técnica o imaginario alguno, que le ha permitido transitar con entera libertad por el complejo contexto del arte cubano, inmerso en una exploración que lo separa de generaciones preconcebidas o estudiadas, en una suerte de independencia creativa y de autoaprendizaje.

Vistas de la exposición "Un lugar para llamarlo mío".

Su producción se construye desde la interdisciplinariedad al explorar todo lo que está a su alcance, quizás por ello se lanzó también a la enseñanza artística, permitiéndose formar parte de la creación del Laboratorio de Nuevos Medios del ISA y —posteriormente— sumarse a los Talleres de Crítica, donde aún hoy es profesor. El recuento de lienzos, dibujos, fotografías, instalaciones, arte digital… nos lleva a pensar que ha tenido una vida más larga. Incansable y, a la vez, compulsivamente ordenado, seguro, por momentos cartesiano, no se detiene hasta haber revisado exhaustivamente el proceso, buscando que la idea alcanzada sea absolutamente irrefutable.

Esta exposición trata de revelar ese carácter de Margolles y la propia lógica del devenir de su proceso creativo, cuyo núcleo descansa en el cuestionamiento de las “cosas que a nivel racional no han sido resueltas (…), fenómenos a los cuales la ciencia y la filosofía no le pueden dar aún una explicación”.

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En “Un lugar para llamarlo mío”, la disposición de las piezas no tiene un carácter preferentemente cronológico, no es necesario cuando en una sala pueden moverse los hilos de un modo tal que nos permitan leer otras relaciones entre las obras de un artista. La detallada conservación que Margolles ha dado a su trabajo ha permitido semejante conjunto en un mismo espacio del Centro de Desarrollo de las Artes Visuales; aquí, la galería dictó recorridos que muy cautelosamente él aceptó.

La intención que nos ha guiado ha tenido siempre entre manos abrir nuevos diálogos entre obras de diferentes épocas de su vida, que permitan advertir cómo cada una forma parte de una investigación mayor descrita por el artista como su manera de “cuestionar el enorme legado de raciocinio que hemos heredado”, y que nosotras llamaríamos su profunda y constante discusión sobre el mundo que habita. Al acceder a la primera sala encontramos una parte de la serie Non sequitur, realizada entre 2020 y 2022, un conjunto indefinible de pinturas que protagonizan la vuelta de Margolles a esta manifestación. Formalmente, podemos hablar de su fuerte interés en el “patrón”, entendido como una idea primaria que da forma a los objetos y dispositivos que le rodean, toma cualquier signo a su alrededor, como toma también la palabra. Y así, como cada palabra resume su concepto y con este las interrogantes que lo envuelven, las figuras geométricas trazan recorridos que entendemos como laberintos de la mente; juntos presentan eso que define como argumentos inconsecuentes, las trampas del lenguaje y sus limitaciones a la hora de dibujar el pensamiento abstracto.

El recorrido continúa en la sala Vitrales donde se emplazaron dos obras; cada una, a su manera, alude a la información y a la condición en que se produce su acceso, en ocasiones contradictoria, a veces fortuita, pero siempre el resultado devela nuevos niveles y modos de obtención. La primera es Conductor en equilibrio nulo (2015), una pieza compuesta por dos grandes bocinas que emiten un sonido indescifrable, y que están unidas por un cable eléctrico que atraviesa la sala, una instalación aparentemente simple, que remite a esos artefactos construidos por los niños para simular una comunicación entre sí. En un mundo cuyo distintivo hoy es el supuesto acceso masivo a la información desde cualquier dispositivo —información pendiente a procesar, a recibir, a analizar toda vez que nos excede—, puede que tanta información sea más bien sinónimo de incomunicación; donde dos emisores emiten, no existe posibilidad de recepción.

Conductor en equilibrio nulo, 2015. Instalación sonora. Dimensiones variables. (Detalles).

La segunda es una fotografía de la serie Los lapsos de Faraday (2017), mosaicos de imágenes fotográficas provenientes de archivos digitales borrados y luego recuperados a través de un software que a primera vista remiten a una imagen totalmente abstracta, pero que son contenedores de una profunda investigación sobre la vida y la obra del científico británico Michael Faraday, conocido por descubrir el principio de la inducción electromagnética, lo que ha hecho posible la existencia de los actuales generadores, transformadores y motores eléctricos. Concretamente, se refiere a las pérdidas repentinas de la conciencia padecidas por el científico en un momento de su carrera —sus lapsos—, y las consecuencias que esto tuvo para su ya cuestionada credibilidad científica debido a su formación autodidacta. Esta obra, entre sus múltiples lecturas, no deja de llevarnos al hecho de que la percepción, la observación perspicaz de la realidad, la precisión matemática y física y la profundidad del análisis están indisolublemente ligadas a intuición y a eso que hemos denominado imaginación, ¿no es el mundo y lo humano una mezcla homogénea de todo lo que se siente?

De la serie Mapas del cuerpo, 1997-1999. Óleo, objetos y parafina sobre lienzo.

A continuación, se accede a la siguiente sala donde coexisten las series pictóricas Mapas del cuerpo y Rojo con las instalaciones Miopía y La Mejora de la mente, piezas de épocas y técnicas diferentes pero que se hermanan en esa obsesión latente en la poética de Margolles sobre la relación del ser humano con lo que le rodea, sin olvidar la contingencia de lo real sobre la existencia cotidiana, su carácter ingobernable y perturbador en la constitución del necesario diálogo con uno mismo.

Serie Rojo, 2000-2004. Acrílico y pintura de esmalte industrial sobre lienzo 105 x 140 cm.

Mapas del cuerpo y Rojo son las primeras series de pinturas que inicia el artista durante la década de los noventa, cuando aún era estudiante. Es evidente en ellas el interés expreso por el cuerpo, manifestado en una especie de anatomía fragmentada, configurada en una dualidad entre lo material y lo espiritual: torsos, huesos, corazones aportan una valoración simbólica del sentir humano, asumida desde esta perspectiva fraccionada. En palabras del artista: “Creo que entonces mi principal motivación era una especie de obsesión con el cuerpo como un mapa, un acumulador de experiencias y un mediador entre lo real y lo ideado”. Insistimos, lo ideado de Margolles parece querer descubrir las piezas de un rompecabezas mayor que el cuerpo físico, uno contenedor de toda la existencia, si no por qué sumaría al cuerpo nuevos signos como cruces y cuchillas —metáforas de lo improductivo e inconsecuente del hombre— cuando hablaba de lo humano.

 

Serie Rojo, 2000-2004. Pintura de esmalte industrial sobre lienzo 120 x 130 cm.

Del año 2011 es la video-instalación interactiva Miopía. Lo real interpela al individuo con su presencia absoluta, sin embargo, es este quien, encerrado en la construcción de una imagen personal extrema o distraído por la simplicidad de las apariencias, no está preparado para emprender un diálogo armónico con su entorno o con quienes lo circundan. A través del visor de la puerta es posible construir la frase: “No estamos tan lejos como para no ver lo que somos, la fragilidad temporal de nuestro intelecto, no nos hace ver lo inmediato”. Nos obliga a acercarnos a nosotros mismos en una sala que, lejos del intimismo, nos deja al descubierto mientras intentamos revelar el texto dentro, ¿no será quizás un desafío al ego humano? Margolles nos sabe miopes desconocedores del algoritmo que conduce nuestras vidas, y viene así, tranquilo, a advertirnos.

Miopía, 2011. Video instalación interactiva (Pelicula FLASH). Puerta de madera policromada con escotilla empotrada y laptop.

Por esta cuerda va La mejora de la mente (2015), que no al azar finaliza esta parte del recorrido. Su funcionamiento se basa en el “no funcionamiento”, el circuito o gráfico dibujado en la pared, con tizas, cordeles blancos y puntillas, es posteriormente borrado y el espectador se enfrenta a un sistema que ha perdido su propósito, nunca sabrá en qué consiste ni para qué ha servido este sistema, dada la acción de ser removido. Solo en una casilla del esquema construido en la pared aparece una video-proyección de imágenes y textos igualmente ilegibles, pero que parece intentar reactivar su funcionamiento… Queda algo claro y es su intento de cuestionar el camino del sujeto, para Margolles parece no haber destino y la mente humana ha quedado estancada en su propia incapacidad evolutiva.

La mejora de la mente, 2015. Instalación. Acrílico, tizas, photoframes, video. programada en un software MAXMSp. Dimensiones variables. (Detalle).

Pero no dejaríamos escapar a la causalidad la ubicación de una última pieza en estas salas, tal vez una de sus obras más conocidas y expuesta en varios espacios. Evolución (2009), sola en una Sala Negra, pasa a ser la pluma que da equilibrio a la balanza; marca un punto de inflexión tanto en su proceso investigativo como en la utilización de las herramientas digitales, otra video-instalación interactiva en la que el espectador puede moverse virtualmente por el gran mapa del genoma humano. Este otro mapa es mitocondrial, y viene a ser el eje alrededor del cual ha estado Margolles lanzando preguntas, ahora a partir de un registro de toda la información genética humana, que es nuestra historia biológica y, por tanto, la memoria de nuestro paso por la vida, la base de datos sobre la cual la ciencia persiste en “corregir anomalías”. En la navegación por esta obra, al ponernos encima de cada fragmento de la cadena de ADN, aparecen textos como “todo arranca de una emoción”, si así fuera, ¿cómo se corrige una emoción?, ¿cómo mejorar a través de la materia el universo intangible del espíritu que nos permite la vida? Evolución, como toda su obra, lanza más preguntas.

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Veinticinco años dan la certeza de su compromiso consigo mismo. Si existe ese “lugar para llamarlo mío”, receptor del cuerpo de las ideas acumuladas y los hilos movidos, debe ser un lugar en el espíritu, y estas salas un libro escrito al que le quedan páginas por agregar.


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